jueves, 12 de noviembre de 2009

Ajena

Ajena a la cordura, con la pasión al hombro ensangrentado
por breves mordeduras de placer, camina.
Nadie le ha dado un nombre.
Todavía retumban en la plaza las aguas silenciosas del olvido,
ciegas en la distancia delos cuerpos.
Nadie la ha despojado.
No hay más verdad que la que lleva acuestas
con los ojos abiertos y la palabra humilde.
Porque nunca en el hartazgo del amor conoció el límite,
el resplandor inmóvil del ahorcado.
Ella sola es un cuerpo y su pregunta.
Ella, una ofrenda y una túnica de esparto.
Ella, la menor de todas las hermanas de la tierra,
la que acaba de nacer y pide un canto,
la que teje de díalos hilos translúcidos de las mareas,
la que teje de noche el manto negro del amor inmóvil.
Ella, los pezones erectos, implora una vasija
donde albergarla leche que un fauno
va extrayendo con un diente deoro.

María Rosal